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Desde hace unos años no paran de surgir en Sevilla eventos sobre emprendimiento y networking. Lugares donde los asistentes dan a conocer sus productos/servicios, intercambian tarjetas y establecen relaciones, de las que en algunas ocasiones, y con suerte, surgen nuevos proyectos y/o nuevos clientes. La mayoría de los asistentes a estos eventos son gerentes, comerciales y demás “hombres de negocios” de chaqueta y corbata.

Está claro que el futuro de un país pasa por crear nuevas empresas, miles de empresas, por lo que eventos de este tipo son necesarios, a pesar de que en ciertas ocasiones se conviertan en un “corrillo de amiguetes” que se limitan a intercambiar tarjetas y tomar unas cervezas.

La figura del emprendedor es sin duda admirable y necesaria. Una persona que pone todo su empeño y se arriesga a montar un negocio, con suerte una marca, a pesar de haber escuchado la retahíla de que un gran porcentaje de las startups fracasan. Pero él/ella sabe que con buena intuición, mucho esfuerzo y dedicación, y algo de suerte, no entrará dentro de ese porcentaje de los fracasados.

Desde hace unos años el foco está puesto en el emprendedor y en la creación de empresas. Pero en mi opinión, la figura del emprendedor ha pasado de ser un simple estado de transición para el aspirante a empresario, a convertirse en un objetivo. Hoy en día es frecuente encontrarse a gente que se autodefinen como emprendedores, como si eso fuera ya de por sí una meta o un logro. Al igual que tampoco lo es montar una empresa, si esta no cumple el objetivo de toda empresa, que es generar dinero.

El problema de este tipo de emprendedores y de muchas escuelas de negocio, así como muchos eventos sobre emprendimiento, es que se pone demasiado énfasis en la “cúpula” de la empresa, dejando de lado a los cimientos de la misma. Es decir, en ocasiones muchos emprendedores tratan de montar un negocio desde arriba hacia abajo, perfilando con todo lujo de detalles los cargos que se ocuparán en los puestos de dirección, pasando a continuación a “rellenar” el resto de componentes de la empresa. Y esto por supuesto creo que no suele funcionar. ¿Y cuál es el problema? Pues la calidad del producto/servicio ofrecido por estas empresas.

A diferencia de aquí, en sitios como Silicon Valley, San Francisco o Boston, las startups se suelen crear desde abajo hacia arriba. Normalmente, a un reducido grupo de programadores se les ocurre una “idea loca” que pronto llevan a la práctica. Ellos tienen las herramientas y los conocimientos para hacerlo. En poco tiempo se dan cuentan de que no se trataba de una idea tan loca, y que posiblemente pueda tratarse hasta de una idea de éxito. Entonces, y sólo entonces, deciden montar una empresa, incorporando, si es necesario, a los demás componentes: comerciales, directivos, etc. Facebook y Dropbox son dos buenos ejemplos.

En mi opinión, en los negocios en Internet creo que tiene mucho más sentido crear las empresas desde abajo hacia arriba. Algunas empresas de éxito que todos conocemos, además de por su nivel de excelencia y calidad, supusieron una revolución: Google, Twitter, Facebook. Y en todas ellas las figuras clave fueron programadores.

Por ese motivo creo que no sólo se trata de promover el emprendimiento y la creación de empresas, sino de aspirar a la excelencia y a la calidad de los productos/servicios ofrecidos, y esto sólo se consigue con unos cimientos sólidos: programadores con una alta cualificación que sean realmente unos expertos en su campo.

Ha llegado el momento de poner el foco en el programador, en convertirlo en la figura clave de cualquier empresa de software, en el experto que debe ser, aspirante al máximo nivel de excelencia. Y esto por supuesto no se consigue “premiándolo con cacahuetes”. Aunque esto ya forma parte de otra discusión…